sábado, 9 de febrero de 2008

CAPITULO VI

Final final no va más.
Todos han tenido una cancion como banda sonora, no encontre una que definiera este, así que usaré dos, una al principio la otra al final.
Banda sonora uno: Eres para mi, Julieta Venegas.



MANUEL LLAMA A MARCELA

Manuel siente el calor de Santiago en el vómito sobre su pecho, lo recuesta en la cama, busca una toalla que humedece con agua tibia, le limpia los labios y la barbilla, el niño no está apenado, porque no sabe bien que pasó, parece que vomitar lo ha liberado del ultimo rezago de malestar y se acomoda a jugar con el muñeco descabezado, ignorando a su papá que lo acaricia. Manuel se quita la camisa, la moja en el lavamanos para quitar los restos, va en camisilla hasta la lavadora, le aplica dos sprays de collarín, una copita de vanish, y la echa a lavar en agua tibia, le habla a Esperanza:
- Puedes irte, yo cuido a Tiago.
La mujer rezonga un poco y al final acepta, recuerda que algo tiene pendiente en casa, se despide cerrando con cuidado la puerta. Cuando el sonido de las babuchas se pierde busca el teléfono inalámbrico y se sienta en una silla del estudio desde donde puede vigilar el juego de su hijo, marca los siete números de su oficina, le avisa a la secretaria que no vuelve porque el niño está un poco indispuesto, cuelga, vuelve y marca al mismo lugar, contesta el conmutador, digita una extensión distinta, ahí está ella.
- Diseño, buenas tardes.
La saluda y a modo de introducción le cuenta las peripecias con su hijo, la siente un poco incomoda, ella es una mujer casada, no solo de dedo sino de alma, parece que alguien le ha amputado el gusto por la vida fuera del universo que ha construido para el esposo, pero ante la insistencia soterrada de Manuel ha ido cediendo a conversar de cualquier tema, menos sexo, religión y política, como las reinas, siempre por teléfono, nunca acepta una invitación a un café, ni se sienta con el en el almuerzo, aunque comen en el mismo restaurantico que queda en el hall del edificio, ni cuando invita a la gente del trabajo a cruzar la calle y comer en su casa lo ha llamado a él, todo eso es sospechoso para este hombre urgido, en cada rechazo encuentra una razón para insistir.
El quiere decirle que lo acompañe al cine al día siguiente, pero no se atreve, puede ser que Santiago lo necesite también mañana, y además lo más probable es que no bien termine de plantear la invitación ella le tire el teléfono, siguen hablando de cualquier cosa, el midiendo cada frase antes de pronunciarla, ella midiendo cada frase pronunciada por él buscando la incorrección que la haga dejar de comportarse como una vagabunda.
Lo oye contar sobre Santiago y le da ira sentir que la conmueve, en medio de la conversación le pide a Dios que el diga algo inadecuado, una mala palabra, una grosería, algo que le permita colgar y pensar en el solo con odio, porque ella es una mujer casada que ama a su esposo y por nada del mundo puede permitirse sentir nada por nadie que no sea Fernando, quien además la ama y la respeta y no se merece esto que ella le está haciendo, pero no, Dios parece estar ocupado en otra cosa, porque Manuel solo dice cosas acertadas, y cuando no le arruga el corazón de ternura, la mata de risa, entonces se permite la infidelidad de pensar que si lo hubiera conocido antes de pronto sería la madre de Santiago, enseguida se muerde fuerte el labio inferior para castigarse, ella es una mujer decente, y no debe pensar esas cosas, no debería estar hablando con el, tendría que cortar terminar la conversacion, pero no lo hace, recuerda que ha llamado a su esposo 3 veces el día de hoy y este ni contesta ni devuelve las llamadas, seguro estaba ocupado piensa, cuando el ruido del celular la trae a la tierra, es un mensaje de él, feliz revisa hasta encontrar:
- Deja de joder que estoy trabajando, si llego hoy será después de 3.
Se entrega entonces a su infidelidad a medias, a pensar en lo que pudo haber sido y no fue, perdida como está en su bosque de condicionales siente como trueno que la verdad se abre camino en la mitad de su alma, es terriblemente infeliz y tanta dedicación desmedida no le permitió verlo, podría irse hoy y seguro Fernando no la extrañe más allá de lo que extrañaría a la nevera o al horno microondas, no se sentiría peor que si perdiera una chaqueta de lujo de esas que exhibe cuando salen con los amigos, porque ella es solo un accesorio en su vida perfecta.
Ya la voz de Manuel es solo un murmullo a lo lejos, su propio corazón hace una bulla que no la permite distraerse. Piensa que debería pedirle que la lleve al cine o a tomar un café, que la lleve a su casa y le bese la boca, tiene curiosidad por conocer la fuerza con que tomaría su cintura para abrazarla, o la delicadeza para quitarle el pelo del cuello y llenarlo de besos, la intriga saber como es ese cuerpo desnudo, pero no le dice nada, no quiere salir de uno para cargar con otro, ahora solo sueña con la hora de hacer la maleta e irse, y quiere pedirle pide a Dios -pero no se atreve- que cuando llegue a casa nada la haga cambiar de idea.

Banda sonora dos: Yo pa ti no estoy, Rosana.



P.D cursi: gracias a los que leyeron esto y lo comentaron, de verdad muchisimas gracias...

sábado, 2 de febrero de 2008

Capitulo V

Banda sonora: nanas de la cebolla, Joan Manuel Serrat.



SANTIAGO VOMITA A MANUEL

Santiago resultó ser bueno para el fútbol, metió 2 goles, tapó otro, se cayó varias veces raspándose las rodillas, y al terminar se sentía mareado, y feliz.
Al entrar al salón de clases algo tendría en la cara que asustó a América, lo tomó duro de la mano llevándolo al consultorio medico:
- No es nada del otro mundo, no está acostumbrado a hacer tanto ejercicio y se agotó, podría quedarse acá, pero es mejor mandarlo a casa, depronto hasta vomita.
Con sólo pensar en el olor del vómito la diligente e hipócrita profesora sintió nauseas, buscó en su agenda el teléfono de Manuel, el papá del niño y le pidió que pasara por el: PRONTO!
A Santiago le gusta salir temprano de clases, en la casa se divierte más, duerme y juega con un muñeco al que hace unos meses le arrancó la cabeza.
Oye el pito del carro, y se para como impulsado por un resorte, no parece cansado, pero suda a chorros, América lo lleva de la mano hasta la puerta del carro, sonríe al hombre de lentes oscuros que casi ni la mira.
- Buenas tardes, Manuel
Pronuncia el nombre de forma distinta, buscando demostrar que para ella es diferente a los otros padres, pero Manuel solo tiene cabeza para Santiago, le sonríe distraído mientras lo acomoda en la parte trasera, se despide veloz sin darle la mano, América mira con odio la placa del carro, y traga en seco ante su cruel destino.
Manuel no ve nada raro en el niño, solo que los cachetes están más rojos que de costumbre, ya no está sudando, y parlotea como por veinte, porque fuera del colegio habla con todo el mundo.
Le cuenta una y otra vez, siempre con un detalle nuevo, cada jugada, cada gol, y la tapada, vuelve a explicar que todo fue gracias a Mariana que hoy no estaba tan bonita, al rato se cansa y como siempre se deja arrullar por el carro y entonces duerme.
La ciudad está llena de trancones, media hora después el niño va en los brazos del padre hasta la cama, podría caminar, pero no quiere, siente que por los muslos le corren un millón de hormigas, se amarra del cuello, le saca la lengua que no puede doblar, le besa la nariz larga, le cuenta del gato que esa mañana en el colegio se comió un pájaro delante de Mariana y otras niñas: todas lloraban menos ella.
Manuel lo apoya sobre el muslo, liberando una mano que con el envés busca pero no encuentra fiebre, suben al ascensor donde está también una viejita, se llama Saray, es del Líbano, no habla español y cada vez que puede se le vuela a la nieta para viajar una y otra vez en aquella maquina voladora, la saluda en español y ella contesta en algo que el sospecha es árabe, pero no está seguro, Santiago levanta la manita mullida saludando lento, con sus dedos huesudos y sin anillos la viejita le aprieta el cordial suavemente, el niño se alcanza a asustar un poco, pero la ve sonreír y también sonríe, le cae bien esa brujita que vuela sin escoba.
En la casa está Esperanza, una mujer de más de 60 años que cuidó de Manuel cuando era niño y ahora hace lo mismo con Santiago, se asusta al ver el niño en brazos, pero lo ve rosado igual que siempre y con los ojos abiertos como platos.
- Me asustaste, flojo.
El niño le apunta a la nariz con la pulpa del índice, Esperanza sigue en lo suyo mientras Manuel lo lleva hasta la cama, lo baja muy rápido y el niño siente que el mundo le da vueltas, entonces suelta el nudito que trae en la tripa de la barriga: un vómito rosado de yogurt y salpicado de confites le cae al papá en su impecable camisa blanca.