sábado, 20 de octubre de 2007

RAYUELA

Capítulo 7

Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano por tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja.

Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y nuestros ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua.

sábado, 6 de octubre de 2007

OTRO CUENTO


Tenía cara de no matar una mosca, pero atrapaba tres de un lengüetazo.
Estaba casada, estaba buena, no tan buena, pero estaba buena, y tenía esa boca, esa boca que se tragó a más de uno, a su marido, a mí: su muñeco.
La gente cree que en los museos solo se conocen mujeres feas, y aburridas, eso es bueno, porque somos pocos los que cazamos allá, en esas estaba yo con un buen señuelo: mis esculturas, cuando ella con sus piernas largas y sus manos blancas de dedos kilométricos se me atravesó en la cabeza como una locomotora.
Tenía ese modo de hablar entre inocente y pervertido, que confunde, de pronto crees que si le respondes atrevidamente ella abrirá las piernas y resulta que entonces lo mira a uno de pies a cabeza y al revés, fulminando cualquier intención con esos ojos de pestañas rizadas sin rimel, pero para no matar del todo la ilusión se mordía el labio inferior y yo sentía que la quería perseguir hasta Siberia, si tocaba.
El marido era un buen tipo, ellas se parecen a nosotros más de lo que quisiéramos, se casan con el hombre bueno que les de tranquilidad, pero quieren revolcarse con un cualquiera, igual que nosotros. Y conmigo se revolcó muchas tardes. Era una mujer de ciudad, nació en Bogotá y ahí vivió toda su vida, lo bueno de las mujeres de ciudad es que no necesitan tantas promesas para darlo, porque todas lo dan, lo que pasa es que las niñas de pueblo necesitan que uno les prometa esto y lo otro, y no son tontas ellas saben que esas promesas no son más que migas de pan hasta la cama, pero con eso se convencen de no ser unas putas y además tienen con que demostrarle al que les reproche algo que lo dieron no porque quisieron sino porque uno es un hijueputa que las engatusó, no, con las mujeres de ciudad es menos teatral la cosa, si no quieren darlo no lo dan, si quieren lo dan y no se andan con cuentos, ella es de ciudad, ella quería darlo, así que ella lo dio, y de que manera.
Trabajaba en una empresa grande e importante, como asesora de algo de imagen y marketing, ese es uno de los muchos temas que no entiendo y menos entiendo que ganen cantidades exorbitantes de dinero los “genios” que trabajan en eso, entonces ella era asesora y no cumplía horario, cuando menos esperaba sonaba el celular:
- Voy para allá.
Inicialmente mi idea era otra, creí que era una mujer de vida aburrida, que el marido no la tenía contenta, que había que llevarla a mi apartamento cuando yo pudiera y quisiera, y que con eso estaría feliz, pero no, yo era su puta, espérame y esperaba, vete y me iba, llámame y la llamaba, piérdete y me perdía, me perdía pero le rogaba a un Dios al que solo le pido a veces que apareciera con su entrepierna del diablo y su pelo liso a malograrme la vida, a veces pedía pocas noches, a veces pedía meses enteros.
Pero siempre aparecía, hablaba mucho, usaba un perfume que olía inmundo, y no tenía problemas en conversar minutos eternos con el marido mientras estaba encima mío.
Y yo hubiera ido a Siberia por ella.
Yo vivo solo desde que tengo 15 años, pago las facturas, voy al mercado, lavo la ropa, hago esculturas que se venden bien, cuando quiero esculpo y vendo, cuando no quiero no esculpo ni mierda y vivo de lo que ya vendí, supongo que esa vida al garete era lo que le tenía el ombligo enterrado en mi almohada.
Nunca había podido quedar embarazada, ella y el marido soñaban con un hijo, de cualquier sexo, llevaba 5 años casada, “tirando como Dios manda” decía ella, que tenía una concepción bastante libertina de Dios, y nada, ya se habían hecho mil exámenes y los dos estaban bien, pero a pesar de todo no había hijos. Yo por mi parte no quería tenerlos ni con ella ni con ninguna, no me aguanto a los niños, así que gasté fortunas en condones, porque una mujer que quiere quedar embarazada no se cuida, cosa distinta debe hacer un hombre que no quiere poblar la faz de la tierra.
No creo en la fidelidad, ni en la monogamia, no creo que nadie deba acostarse con una sola persona en la vida, así que antes que esta hiena del averno me preguntara por una de mis esculturas en aquel museo yo tenía muchas amantes, que fueron yéndose o las fui sacando de mi cama para abrirle espacio a ella, que lo devoraba todo, que no compartía nada.
La odiaba y me odiaba a mí por eso. Ella dormía todas las noches con el marido y yo tenía que dormir solo pensando que al día siguiente la mandaría a la mierda y me buscaría otra hembra, en el mejor de los casos muchas hembras que respondieran como micos amaestrados a mis más depravados deseos. Pero amanecía y mientras cincelaba la piedra o moldeaba la arcilla miraba el celular como loco esperando que sonara la canción de porquería que era su ringtone.
Al final uno se va acostumbrando a todo, y yo me acostumbré a la incertidumbre de ser la mascota barata de una mujer casada, de una mujer que era un hombre con piernas y tetas de vieja, me acostumbre a vivir como las amantes de los tipos de las novelas del medio día, que se alegran porque las visitan dos minutos el día de la navidad, les hacen rico y se van a compartir con sus familias, así estaba yo, comiendo feliz las migajas que dejaba tiradas el marido de ella, que podía tenerla todas las madrugadas de frío. Me resigné a vivir a pedacitos.
Pero un día, llegó radiante, con las mejillas rosadas: se acababa de acostar con el marido, yo conocía ese rubor de después del placer, quise gritarle que era un puta de mierda, que no me buscara más, que se muriera, pero esas son las cosas que me gritaban a mi antes las otras viejas, además podía aguantarme eso y más con tal de tenerla desnuda y temblando en mi cama.
- Estoy embarazada,
Tuve que morderme la lengua para no decir lo que ya tenía mecanizado: no es mío, no era la primera vez que una mujer me decía eso, nunca me importó si eran míos o no, fueron todas convencidas de la salida más justa: un aborto. Pero yo no le hubiera dicho eso a ella, porque NUNCA JAMAS DE LOS JAMASES lo hicimos sin condón, y porque y ésta es la razón más poderosa, si el hijo era mío ella lo negaría porque con el único con el que quería tener hijos era con su marido (esposa) y no conmigo (la moza).
- ¿Qué dijo el?
Fue todo lo que pregunté, se derramó como una catarata en un discurso pendejo del hijo y el marido, y de agradecimiento por haberla ayudado ¿qué ayuda le di? ¿yo era un terapeuta? ¿le quité el estrés que no la dejaba preñarse? ¿la preñé? Sí solo le di un servicio ¿me pagaría una liquidación? Pero no le dije nada, porque tenía la lengua atorada y el corazón astillado, porque lo único que quería decirle era que se quedara para siempre conmigo, que yo le criaría su hijo, que podía ser ese proveedor que quería, que me afeitaría la barba, que me peinaría le pelo, que me borraría los tatuajes que la alborotaban pero que no toleraba fuera de la cama, para que por favor no se fuera, pero yo no soy una hembra pendeja, yo soy un varón, y ella no es más que una vagabunda de traje oscuro, me mordí el labio, la miré a los ojos, antes cuando me mordía el labio y la miraba a los ojos ella entendía: se mordía ese labio inferior que es pura carne jugosa, pero esa vez me miró como se mira a un maniquí, y siguió hablando.
No me dijo que no iba a volver más, pero lo supe, porque ella es una dama ante todo, y las damas cuando están preñadas no tiran con un hombre que no sea el marido.
Así que aquí estoy solo, rumiando el dolor y la rabia, ahogandome en un charco de recuerdos, despierto al alba, destrozado y sin una mujer.











Imagenes tomadas de: http://www.fotografia.net/