miércoles, 19 de septiembre de 2007

El hombre muerto

Acá traigo un cuento de Horacio Quiroga, lo leí por la misma época en que leí el sueño del pongo, y en el mismo libro: el de español y literatura 9 de voluntad, de los mejores libros de texto que tuve, solo comparable con Antologia del lenguaje 5, lo pone a uno de frente con la fragilidad de la vida y la levedad del hombre:

El hombre y su machete acababan de limpiar la quinta calle del bananal. Faltábanles aún dos calles; pero como en éstas abundaban las chircas y malvas silvestres, la tarea que tenían por delante era muy poca cosa. El hombre echó, en consecuencia, una mirada satisfecha a los arbustos rozados y cruzó el alambrado para tenderse un rato en la gramilla.
Mas al bajar el alambre de púa y pasar el cuerpo, su pie izquierdo resbaló sobre un trozo de corteza desprendida del poste, a tiempo que el machete se le escapaba de la mano. Mientras caía, el hombre tuvo la impresión sumamente lejana de no ver el machete de plano en el suelo.
Ya estaba tendido en la gramilla, acostado sobre el lado derecho, tal como él quería. La boca, que acababa de abrírsele en toda su extensión, acababa también de cerrarse. Estaba como hubiera deseado estar, las rodillas dobladas y la mano izquierda sobre el pecho. Sólo que tras el antebrazo, e inmediatamente por debajo del cinto, surgían de su camisa el puño y la mitad de la hoja del machete, pero el resto no se veía.
El hombre intentó mover la cabeza en vano. Echó una mirada de reojo a la empuñadura del machete, húmeda aún del sudor de su mano. Apreció mentalmente la extensión y la trayectoria del machete dentro de su vientre, y adquirió fría, matemática e inexorable, la seguridad de que acababa de llegar al término de su existencia.
La muerte. En el transcurso de la vida se piensa muchas veces en que un día, tras años, meses, semanas y días preparatorios, llegaremos a nuestro turno al umbral de la muerte. Es la ley fatal, aceptada y prevista; tanto, que solemos dejarnos llevar placenteramente por la imaginación a ese momento, supremo entre todos, en que lanzamos el último suspiro.
Pero entre el instante actual y esa postrera expiración, ¡qué de sueños, trastornos, esperanzas y dramas presumimos en nuestra vida! ¡Qué nos reserva aún esta existencia llena de vigor, antes de su eliminación del escenario humano!
Es éste el consuelo, el placer y la razón de nuestras divagaciones mortuorias: ¡Tan lejos está la muerte, y tan imprevisto lo que debemos vivir aún!
¿Aún...? No han pasado dos segundos: el sol está exactamente a la misma altura; las sombras no han avanzado un milímetro. Bruscamente, acaban de resolverse para el hombre tendido las divagaciones a largo plazo: Se está muriendo.
Muerto. Puede considerarse muerto en su cómoda postura.
Pero el hombre abre los ojos y mira. ¿Qué tiempo ha pasado? ¿Qué cataclismo ha sobrevivido en el mundo? ¿Qué trastorno de la naturaleza trasuda el horrible acontecimiento?
Va a morir. Fría, fatal e ineludiblemente, va a morir.
El hambre resiste —¡es tan imprevisto ese horror! y piensa: Es una pesadilla; ¡esto es! ¿Qué ha cambiado? Nada. Y mira: ¿No es acaso ese bananal? ¿No viene todas las mañanas a limpiarlo? ¿Quién lo conoce como él? Ve perfectamente el bananal, muy raleado, y las anchas hojas desnudas al sol. Allí están, muy cerca, deshilachadas por el viento. Pero ahora no se mueven... Es la calma del mediodía; pero deben ser las doce.
Por entre los bananos, allá arriba, el hombre ve desde el duro suelo el techo rojo de su casa. A la izquierda entrevé el monte y la capuera de canelas. No alcanza a ver más, pero sabe muy bien que a sus espaldas está el camino al puerto nuevo; y que en la dirección de su cabeza, allá abajo, yace en el fondo del valle el Paraná dormido como un lago. Todo, todo exactamente como siempre; el sol de fuego, el aire vibrante y solitario, los bananos inmóviles, el alambrado de postes muy gruesos y altos que pronto tendrá que cambiar...
¡Muerto! ¿Pero es posible? ¿No es éste uno de los tantos días en que ha salido al amanecer de su casa con el machete en la mano? ¿No está allí mismo con el machete en la mano? ¿No está allí mismo, a cuatro metros de él, su caballo, su malacara, oliendo parsimoniosamente el alambre de púa?
¡Pero sí! Alguien silba. No puede ver, porque está de espaldas al camino; mas siente resonar en el puentecito los pasos del caballo... Es el muchacho que pasa todas las mañanas hacia el puerto nuevo, a las once y media. Y siempre silbando.. Desde el poste descascarado que toca casi con las botas, hasta el cerco vivo de monte que separa el bananal del camino, hay quince metros largos. Lo sabe perfectamente bien, porque él mismo, al levantar el alambrado, midió la distancia.
¿Qué pasa, entonces? ¿Es ése o no un natural mediodía de los tantos en Misiones, en su monte, en su potrero, en el bananal ralo? ¡Sin dada! Gramilla corta, conos de hormigas, silencio, sol a plomo...
Nada, nada ha cambiado. Sólo él es distinto. Desde hace dos minutos su persona, su personalidad viviente, nada tiene ya que ver ni con el potrero, que formó él mismo a azada, durante cinco meses consecutivos, ni con el bananal, obras de sus solas manos. Ni con su familia. Ha sido arrancado bruscamente, naturalmente, por obra de una cáscara lustrosa y un machete en el vientre. Hace dos minutos: Se muere.
El hombre muy fatigado y tendido en la gramilla sobre el costado derecho, se resiste siempre a admitir un fenómeno de esa trascendencia, ante el aspecto normal y monótono de cuanto mira. Sabe bien la hora: las once y media... El muchacho de todos los días acaba de pasar el puente.
¡Pero no es posible que haya resbalado..! El mango de su machote (pronto deberá cambiarlo por otro; tiene ya poco vuelo) estaba perfectamente oprimido entre su mano izquierda y el alambre de púa. Tras diez años de bosque, él sabe muy bien cómo se maneja un machete de monte. Está solamente muy fatigado del trabajo de esa mañana, y descansa un rato como de costumbre.
¿La prueba..? ¡Pero esa gramilla que entra ahora por la comisura de su boca la plantó él mismo en panes de tierra distantes un metro uno de otro! ¡Ya ése es su bananal; y ése es su malacara, resoplando cauteloso ante las púas del alambre! Lo ve perfectamente; sabe que no se atreve a doblar la esquina del alambrado, porque él está echado casi al pie del poste. Lo distingue muy bien; y ve los hilos oscuros de sudor que arrancan de la cruz y del anca. El sol cae a plomo, y la calma es muy grande, pues ni un fleco de los bananos se mueve. Todos los días, como ése, ha visto las mismas cosas.
...Muy fatigado, pero descansa solo. Deben de haber pasado ya varios minutos... Y a las doce menos cuarto, desde allá arriba, desde el chalet de techo rojo, se desprenderán hacia el bananal su mujer y sus dos hijos, a buscarlo para almorzar. Oye siempre, antes que las demás, la voz de su chico menor que quiere soltarse de la mano de su madre: ¡Piapiá! ¡ Piapiá!
¿No es eso... ? ¡Claro, oye! Ya es la hora. Oye efectivamente la voz de su hijo...
¡Qué pesadilla...! ¡Pero es uno de los tantos días, trivial como todos, claro está! Luz excesiva, sombras amarillentas, calor silencioso de horno sobre la carne, que hace sudar al malacara inmóvil ante el bananal prohibido.
...Muy cansado, mucho, pero nada más. ¡Cuántas veces, a mediodía como ahora, ha cruzado volviendo a casa ese potrero, que era capuera cuando él llegó, y antes había sido monte virgen! Volvía entonces, muy fatigado también, con su machete pendiente de la mano izquierda, a lentos pasos.
Puede aún alejarse con la mente, si quiere; puede si quiere abandonar un instante su cuerpo y ver desde el tejamar por él construido, el trivial paisaje de siempre: el pedregullo volcánico con gramas rígidas; el bananal y su arena roja: el alambrado empequeñecido en la pendiente, que se acoda hacia el camino. Y más lejos aún ver el potrero, obra sola de sus manos. Y al pie de un poste descascarado, echado sobre el costado derecho y las piernas recogidas, exactamente como todos los días, puede verse a él mismo, como un pequeño bulto asoleado sobre la gramilla —descansando, porque está muy cansado.
Pero el caballo rayado de sudor, e inmóvil de cautela ante el esquinado del alambrado, ve también al hombre en el suelo y no se atreve a costear el bananal como desearía. Ante las voces que ya están próximas —¡Piapiá!— vuelve un largo, largo rato las orejas inmóviles al bulto: y tranquilizado al fin, se decide a pasar entre el poste y el hombre tendido que ya ha descansado.

el sueño del pongo

"El sueño del Pongo" de José María Arguedas
Un hombrecito se encaminó a la casa-hacienda de su patrón. Como era siervo iba a cumplir el turno de pongo, de sirviente en la gran residencia. Era pequeño, de cuerpo miserable, de ánimo débil, todo lamentable; sus ropas viejas.
El gran señor, patrón de la hacienda, no pudo contener la risa cuando el hombrecito lo saludo en el corredor de la residencia.
¿Eres gente u otra cosa? - le preguntó delante de todos los hombres y mujeres que estaban de servicio.
Humillándose, el pongo contestó. Atemorizado, con los ojos helados, se quedó de pie.
¡A ver! - dijo el patrón - por lo menos sabrá lavar ollas, siquiera podrá manejar la escoba, con esas sus manos que parece que no son nada. ¿Llévate esta inmundicia! - ordenó al mandón de la hacienda.
Arrodillándose, el pongo le besó las manos al patrón y, todo agachado, siguió al mandón hasta la cocina.
El hombrecito tenía el cuerpo pequeño, sus fuerzas eran sin embargo como las de un hombre común. Todo cuanto le ordenaban hacer lo hacía bien. Pero había un poco como de espanto en su rostro; algunos siervos se reían de verlo así, otros lo compadecían. "Huérfano de huérfanos; hijo del viento de la luna debe ser el frío de sus ojos, el corazón pura tristeza", había dicho la mestiza cocinera, viéndolo.
El hombrecito no hablaba con nadie; trabajaba callado; comía en silencio. Todo cuanto le ordenaban, cumplía. "Sí, papacito; sí, mamacita", era cuanto solía decir.
Quizá a causa de tener una cierta expresión de espanto, y por su ropa tan haraposa y acaso, también porque quería hablar, el patrón sintió un especial desprecio por el hombrecito. Al anochecer, cuando los siervos se reunían para rezar el Ave María, en el corredor de la casa-hacienda, a esa hora, el patrón martirizaba siempre al pongo delante de toda la servidumbre; lo sacudía como a un trozo de pellejo.
Lo empujaba de la cabeza y lo obligaba a que se arrodillara y, así, cuando ya estaba hincado, le daba golpes suaves en la cara.
Creo que eres perro. ¡Ladra! - le decía.
El hombrecito no podía ladrar.
Ponte en cuatro patas - le ordenaba entonces-
El pongo obedecía, y daba unos pasos en cuatro pies.
Trota de costado, como perro - seguía ordenándole el hacendado.
El hombrecito sabía correr imitando a los perros pequeños de la puna.
El patrón reía de muy buena gana; la risa le sacudía todo el cuerpo.
¡Regresa! - le gritaba cuando el sirviente alcanzaba trotando el extremo del gran corredor.
El pongo volvía, corriendo de costadito. Llegaba fatigado.
Algunos de sus semejantes, siervos, rezaban mientras tanto el Ave María, despacio, como viento interior en el corazón.
¡Alza las orejas ahora, vizcacha! ¡Vizcacha eres! - mandaba el señor al cansado hombrecito. - Siéntate en dos patas; empalma las manos.
Como si en el vientre de su madre hubiera sufrido la influencia modelante de alguna vizcacha, el pongo imitaba exactamente la figura de uno de estos animalitos, cuando permanecen quietos, como orando sobre las rocas. Pero no podía alzar las orejas.
Golpeándolo con la bota, sin patearlo fuerte, el patrón derribaba al hombrecito sobre el piso de ladrillo del corredor.
Recemos el Padrenuestro - decía luego el patrón a sus indios, que esperaban en fila.
El pongo se levantaba a pocos, y no podía rezar porque no estaba en el lugar que le correspondía ni ese lugar correspondía a nadie.
En el oscurecer, los siervos bajaban del corredor al patio y se dirigían al caserío de la hacienda.
¡Vete pancita! - solía ordenar, después, el patrón al pongo.
Y así, todos los días, el patrón hacía revolcarse a su nuevo pongo, delante de la servidumbre. Lo obligaba a reírse, a fingir llanto. Lo entregó a la mofa de sus iguales, los colonos*.
Pero... una tarde, a la hora del Ave María, cuando el corredor estaba colmado de toda la gente de la hacienda, cuando el patrón empezó a mirar al pongo con sus densos ojos, ése, ese hobrecito, habló muy claramente. Su rostro seguía un poco espantado.
Gran señor, dame tu licencia; padrecito mío, quiero hablarte - dijo.
El patrón no oyó lo que oía.
¿Qué? ¿Tú eres quien ha hablado u otro? - preguntó.
Tu licencia, padrecito, para hablarte. Es a ti a quien quiero hablarte - repitió el pongo.
Habla... si puedes - contestó el hacendado.
Padre mío, señor mío, corazón mío - empezó a hablar el hombrecito -. Soñé anoche que habíamos muerto los dos juntos; juntos habíamos muerto.
¿Conmigo? ¿Tú? Cuenta todo, indio - le dijo el gran patrón.
Como éramos hombres muertos, señor mío, aparecimos desnudos. Los dos juntos; desnudos ante nuestro gran Padre San Francisco.
¿Y después? ¡Habla! - ordenó el patrón, entre enojado e inquieto por la curiosidad.
Viéndonos muertos, desnudos, juntos, nuestro gran Padre San Francisco nos examinó con sus ojos que alcanzan y miden no sabemos hasta qué distancia. A ti y a mí nos examinaba, pensando, creo, el corazón de cada uno y lo que éramos y lo que somos. Como hombre rico y grande, tú enfrentabas esos ojos, padre mío.
¿Y tú?
No puedo saber cómo estuve, gran señor. Yo no puedo saber lo que valgo.
Bueno, sigue contando.
Entonces, después, nuestro Padre dijo con su boca: "De todos los ángeles, el más hermoso, que venga. A ese incomparable que lo acompañe otro ángel pequeño, que sea también el más hermoso. Que el ángel pequeño traiga una copa de oro, y la copa de oro llena de la miel de chancaca más transparente".
¿Y entonces? - preguntó el patrón.
Los indios siervos oían, oían al pongo, con atención sin cuenta pero temerosos.
Dueño mío: apenas nuestro gran Padre San Francisco dio la orden, apareció un ángel, brillando, alto como el sol; vino hasta llegar delante de nuestro Padre, caminando despacio. Detrás del ángel mayor marchaba otro pequeño, bello, de luz suave como el resplandor de las flores. Traía en las manos una copa de oro.
¿Y entonces? - repitió el patrón.
"Angel mayor: cubre a este caballero con la miel que está en la copa de oro; que tus manos sean como plumas cuando pasen sobre el cuerpo del hombre", diciendo, ordenó nuestro gran Padre. Y así, el ángel excelso, levantando la miel con sus manos, enlució tu cuerpecito, todo, desde la cabeza hasta las uñas de los pies. Y te erguiste, solo; en el resplandor del cielo la luz de tu cuerpo sobresalía, como si estuviera hecho de oro, transparente.
Así tenía que ser - dijo el patrón, y luego preguntó:
¿Y a ti?
Cuando tú brillabas en el cielo, nuestro Gran Padre San Francisco volvió a ordenar: "Que de todos los ángeles del cielo venga el de menos valer, el más ordinario. Que ese ángel traiga en un tarro de gasolina excremento humano".
¿Y entonces?
Un ángel que ya no valía, viejo, de patas escamosas, al que no le alcanzaban las furzas para mantener las alas en su sitio, llegó ante nuestro gran Padre; llegó bien cansado, con las alas chorreadas, trayendo en las manos un tarro grande. "Oye viejo - ordenó nuestro gran Padre a ese pobre ángel -, embadurna el cuerpo de este hombrecito con el excremento que hay en esa lata que has traído; todo el cuerpo, de cualquier manera; cúbrelo como puedas. ¡Rápido!". Entonces, con sus manos nudosas, el ángel viejo, sacando el excremento de la lata, me cubrió, desigual, el cuerpo, así como se echa barro en la pared de una casa ordinaria, sin cuidado. Y aparecí avergonzado, en la luz del cielo, apestando...
Así mismo tenía que ser - afirmó el patrón. - ¡Continúa! ¿O todo concluye allí?
No, padrecito mío, señor mío. Cuando nuevamente, aunque ya de otro modo, nos vimos juntos, los dos, ante nuestro Gran padre San Francisco, él volvió a mirarnos, también nuevamente, ya a ti ya a mi, largo rato. Con sus ojos que colmaban el cielo, no sé hasta qué honduras nos alcanzó, juntando la noche con el día, el olvido con la memoria. Y luego dijo: "Todo cuanto los ángeles debían hacer con ustedes ya está hecho. Ahora ¡lámanse el uno al otro! Despacio, por mucho tiempo". El viejo ángel rejuveneció a esa misma hora; sus alas recuperaron su color negro, su gran fuerza. Nuestro Padre le encomendó vigilar que su voluntad se cumpliera.
(*) Indio que pertenece a la hacienda.

cero y van mil.



Cuando yo tenía 10 años y estaba en primero de bachillerato leí sobre la guerra de los 6 días, de como Israel "el pueblo de Dios" después de todo el sufrimiento que los nazis le propinaron había recuperado la tierra prometida, me alegré, me alegré creyendo que los palestinos eran unos miserables que se atrevían a contrariar los deseos de este pueblo bueno. A los 10 años creía muchas cosas que no eran, ni son como las creía.
No tengo nada en absoluto contra el pueblo israelita, ha sido una gran injusticia de occidente cobrarles a sangre y miseria la muerte de Jesucristo, no fueron los nazis los únicos europeos que los maltraron, lo que pasa es que fue el maltrato más reciente, publicitado y más aberrante, pero desde hace siglos Europa ha hincado los colmillos sobre esta gente, todo eso es cierto, pero, ¿en qué parte de la torta podrida entra Palestina?, ¿acaso ellos son los llamados a resarcir a Israel? ¿ellos que no los empujaron a dejar la tierra? ¿que no los quemaron vivos en las hogueras?, ¿que no escribieron mercaderes de venecias estigmatizadores?, ¿ellos que no tuvieron nada que ver con Hittler y compañia?, ellos acaso tenían algo que ver con los norteamericanos, que ahora se autodenominan salvadores de los judios, no hubieran hecho nada contra los campos de concentración hasta que el tercer reich dio muestras de querer cruzar el atlántico?, no, los palestinos nada tuvieron que ver con todo este suplicio, NADA, entonces ¿por qué fueron ellos los obligados a pagar?, ¿por qué por enésima vez Europa calló su conciencia y pago indulgencias con camandula ajena? No se.
Y ahora, cuando ya nos hemos acostumbrado a ver niños, mujeres y hombres luchando por SU TIERRA, por SUS VIDAS, por SU LEGITIMO DERECHO A EXISTIR, tirando piedras a tanques de guerra, ahora resulta que hay aun más, ahora resulta que Gaza ha sido declarada "territorio enemigo", y los más básicos servicios les han sido negados: están sin electricidad, sin combustible, y ya sabemos que sin combustible pronto se agotan los alimentos, no pueden visitar a sus presos, no podrán entrar a Israel, pero resulta que todas esas porquerías, están bien hechas porque las hacen ellos, que no se aun que secreto le tienen a los gringos, pero estos los protegen y con ese respaldo no importa que hace 60 años estas mismas cosas fueran calificadas como barbaras, ahora no lo son, porque no es más que el pueblo palestino el que sufre, y acá en occidente eso no significa nada. Después se preguntan por que pasan las cosas que pasan, no podemos ir por ahí derramando injusticia y barbarie, y esperar a que lo que caiga del cielo sean pétalos de rosas.
PALESTINA es una nación que ha luchado cada día por un derecho inalienable: el derecho a ser, a existir, a ser NACIÓN, no importa todo lo que digan los medios, no importa lo que nos quieran meter procesado al cerebro.
Recuerden israelitas: ¿que eran lo que soñaban cuando vivían en Europa? que respetaran sus derechos, ¿cierto?, y les parecía que no era complicado y además era obvio y lógico, ¿cierto?, pues nada diferente esperan los palestinos, nada diferente esperamos los que vivimos acá en occidente, pero definitivamente no somos "occidentales".


Fotos tomadas de:

http://www.corevia.com/cosal/titulares/palestina/palestina13g.jpg

http://www.enlucha.org/archivos/imagenes/Palestina.jpg

http://herria.galeon.com/irudiak/palestina.jpg

Israel declara a Hamas un grupo terrorista y a Gaza, 'territorio enemigo'

http://www.eltiempo.com/internacional/orientemedio/noticias/ARTICULO-WEB-NOTA_INTERIOR-3729099.html

Apocalipsis Gaza: blog de Antonio Ungar en www.semana.com :

http://72.35.86.196/wf_InfoBlog.aspx?IdBlg=31

domingo, 16 de septiembre de 2007

' COSTUME MAKES THE CLOWN '

El titulo es una cancion de Shakira, abajo estan un video de ella y su banda tocandola en Londres y la letra de la canción, es una de las canciones del cd oral fixation 2 que mas me gustan, sabran algunos que me pasa eso con frecuencia: las canciones de un cantante que me rompen el coco nunca son las que más suenan en la radio, nada raro sería que la gran mayoría de ustedes no la haya oido nunca, me gusta por muchas cosas, pero sobretodo porque me recuerda a mi en cierta parte, el comienzo, yo tambien suelo decir que me siento afortunada por tener los senos pequeños y no siempre ha sido así, hasta el punto de la total locura: pensé seriamente ponerme silicona: que atroz!, vivo diciendo que el mundo va a cambiar pero cuando leo los periodicos, o veo a los niños haciendo maromas en los semaforos por unas monedas, ya no estoy tan segura, he repetido hasta el infinito que me importa cinco lo que la gente tenga por decir, pero la verdad bastante daño me hicieron algunos con sus lenguas viperinas, y tambien yo en un momento me estaba creyendo todo lo que decía, porque repetía como un loro un discursito, no digo que ahora no tenga frases preparadas, pero trato de irme deshaciendo de todos esos recursos, no sólo para que los otros me conozcan más, sino para yo no desconocerme.


Told you I felt lucky with my humble breasts
Well I don´t
Said that I was sure the world was gonna change
Well I´m not
Swore I didn´t give a damn ´bout what they say
But I do
Promised that I´ll never ever lie to you

But look at how
I´am takin´ the make-up off my face
Before I forget my own features

Couse I´m not here to let you down
But the costume makes the clown
It´s just life´s anatomy
Don´t be so hard
Don´t be so hard on this
It´s your turn now to cheat on me

The promises I made to you went down the sink
But I really hope I haven´t harmed your self esteem
I´m not a virgin but I´m not the whore you think
And I don´t always smell like strawberries and cream

So look at how
I´m taking the make-up off my face
Before I forget who I am now

´Cause I´m not here to let you down
But the costume makes the clown
That´s just life´s anatomy
Don´t be so hard, don´t be so hard on this
It´s your turn now to cheat on me
Your turn now...

I´m not here to let you down
But the costume makes the clown
It´s just life´anatomy
Don´t be so hard
Don´t be so hard on this
It´s your turn now
Your turn now...
To cheat on me

domingo, 9 de septiembre de 2007

secuestro y muerte II

"No te des por vencido, ni vencido
no te sientas esclavo, ni aun esclavo,
trémulo de pavor piensate bravo
y acomete feroz, ya mal herido"
Alma Fuerte: Pedro Bonifacio Palacios
El once de abril de 2001 se los llevaron vivos y temerosos hasta el monte, por más de cinco años imploramos a quien quiso oirnos que los queríamos, como a todos los otros secuestrados civiles y militares, politicos y economicos, libres y en medio de los que les aman.
El 18 de junio de 2007 fueron muertos, no sabemos por qué ni por quienes, en la mitad de una guerra absurda que no promovieron.
El 28 de junio de 2007 nos levantaron temprano las voces de la radio con la noticia horrible: hace 10 dias fueron asesinados en la selva once de los doce diputados del Valle secuestrados.
Hoy 9 de septiembre de 2007 llegan sus cuerpos sin vida, al seno de sus familias, de donde nunca nadie debió sacarlos porque la libertad no tiene precio y no debe ser objeto que se negocie en ninguna mesa, llegan después de que marchamos pidiendo su regreso a ser enterrados para seguir el duelo.
Somos una nacion grande, no se les olvide, señores de la guerra y de la muerte, nos aburrimos hace rato de esta repeticion de lagrimas y sangre, y lucharemos siempre, cada dia con sus horas y minutos para que la tranquilidad y la justicia, para que el bienestar y la equidad vuelvan a ser cosa de todos lo días en esta tierra.
Llegaron a Cali cuerpos que serían de ex diputados del Valle muertos en cautiverio
Fotos de los diputados cuando aun vivían y estaba secuestrados por las FARC

lunes, 3 de septiembre de 2007

Exageradito..